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«La filosofía nos enseña a sentir incertidumbre ante las cosas que nos parecen evidentes. La propaganda, en cambio, nos enseña a aceptar como evidentes cosas sobre las cuales sería razonable suspender nuestro juicio o sentir dudas. La finalidad del demagogo es crear la cohesión social bajo su propia jefatura. Pero, como Bertrand Russell ha señalado, «los sistemas dogmáticos sin cimientos empíricos, como el scolasticismo, el marxismo y el fascismo, tienen la ventaja de producir una considerable cohesión social entre sus discípulos». El propagandista demagógico debe, por tanto, ser consecuentemente dogmático. Todas sus declaraciones deben hacerse sin calificación alguna. No hay grises en su cuadro del mundo; todo es diabólicamente negro o celestialmente blanco. Como dijo Hitler, el propagandista debe adoptar «una actitud sistemáticamente unilateral frente a cualquier problema que aborde». Nunca debe admitir que tal vez esté equivocado o que las personas con una opinión distinta tal vez tengan parcialmente razón. No se debe discutir con los adversarios; hay que atacarlos, callarlos a gritos o, si molestan demasiado, liquidarlos. El intelectual, moralmente remilgado, tal vez se escandalice de una cosa así. Pero las masas siempre están convencidas de que «el derecho está de parte del agresor activo».»

Aldous Huxley, Retorno a un mundo feliz.