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La Fiera – Francisco Urondo

«La fiera está allí, escondida en las otras habitaciones. Por momentos asoma su ocio o deja escuchar rugidos y la casa tiembla y se despedazan algunas porcelanas.

La fiera está allí, entre las notas, le agrada vestirse, utiliza antiguos deseos y rasga a veces los doseles que caen sobre el lecho del futuro enfermo.

Los timbales no le asustan. Todas las noches, pese a los huecos sonidos y a los suaves del río aceitoso, ella viene, se acerca y sólo la detiene el rumor del fuego: extiende las uñas, muestra los dientes, danza, y luego huye arrepentida de tanto mal.

Es entonces temible, pues sola, entre las rocas, teje su melancolía y es demasiado triste su aspecto y nadie lo puede sobrellevar con dignidad.

A veces me asombra cómo es que habiendo recorrido siglos de – mal que mal – común esmero por vivir en sociedad, después de miles de años de historia que muestran que la violencia sólo perpetúa y acrecienta los conflictos sociales, continúe viva la fiera en los seres humanos. Y no es un asombro de tipo indignante sino, muy a pesar mío, todo lo contrario: es algo tan predominante que no puede suprimirse ni con miles de años de «civilización». Esta fiera innata viene en oleadas a abolir el don de la razón con el que hemos sido bendecidos (?) mostrándonos crudamente de qué estamos hechos. Creemos ser una sociedad más cosmopolita, relajada y tolerante que la de otrora; sin embargo a veces pareciéramos estar vestidos con una túnica hecha de hipócritas prejuicios civilizados que enquistan a la fiera que llevamos dentro para dejarla, luego reventar como un pútrido grano cuando otros vienen a lacerar nuestros muy individuales principios morales. Individuales en tanto que en una sociedad pluralista, cosmopolita, «tolerante» y neoliberal, cada quien elige en la medida que puede qué principios seguir.

Notable es también ver cómo diferentes sectores ejercen poder de coacción con los recursos que tengan al alcance dando diferentes impresiones a los ojos del mundo. Algunos se ensucian las manos personalmente y otros tercerizan la bárbara labor, pero de ambos lados del tablero tenemos gente con intención de ejercer poder, gente con intención de que sea su voz la avalada como «correcta». Ocurre que cuando hay recursos para tercerizar la violencia o incluso ejercerla como si de un videojuego se tratase, cuando hay recursos para enarbolar cuales fueran causas con bonitos eslóganes, la violencia parece estar más justificada. Pero no hay una línea que dirima el bien del mal, sino unos de otros métodos y la línea es el grado de consenso. Podemos medirlo con el grado de indignación frente a determinados actos bárbaros y despiadados versus otros igualmente bárbaros y despiadados, pero mejor publicitados, maquillados y delegados.

A los fanáticos del Islam se los suele tratar casi como la comunidad retrasada del mundo, hasta que «el retrasado, con pocas luces, pero desmedida fuerza» golpea, y ahí todos se enojan con aquel que paradójicamente veníamos diciendo que estaba en desigualdad de condiciones. Porque seamos sinceros, no es que Occidente se crea estrictamente superior, sino que simplemente los musulmanes les parecen unos locos iracundos extremistas, lo que, de modo solapado a menudo los pone en desigualdad a la hora de juzgar su capacidad de adaptación, inserción y civilización. Cuando los musulmanes matan gente es, a los ojos del mundo, un símbolo de barbarie absoluta. Mas cuando cualquier país de Occidente asesina a mansalva por intereses económicos disfrazados de algún tipo salvación, ayuda o «bien común», entonces se trata de un suceso cuya relevancia resulta mucho más diluida y relativa a los ojos de la comunidad mundial.

Personalmente, pienso que la tragedia de los periodistas de Charlie Hebdo es tanto responsabilidad de los que cometieron el atentado, como de cada uno de los que sistemáticamente han contribuido a que el odio crezca entre los fanáticos de esa comunidad (bajo ningún punto de vista la libertad de expresión entra en mi blanco de críticas). Entre esos que contribuyen a que el odio crezca, están también –muchas veces– quienes dicen defender el mismo Islam, enarbolando venenosos discursos, tejiendo túnicas con prejuicios reforzados por una supuesta moral o «dignidad» religiosa que las vuelve impermeablemente xenófobas.

A este último respecto, he leído un artículo de Žižek en el que plantea que la fanática violencia religiosa de los musulmanes muestra, en contraste con «los fundamentalistas auténticos, de los budistas tibetanos a los Amish en los EE.UU.», la carencia de una real convicción de superioridad y auto aceptación de sí. Lo cual los llevaría a verse molestos por la tentación que sienten constantemente frente a la vida «pecaminosa» de los no-creyentes occidentales. Si bien admiro enormemente a este gran filósofo y, es cierto, carezco de casi la totalidad del conocimiento que él dispone, no me convence este planteo. Decir esto dejaría sin explicación a la inquisición así como un sólo responsable en la guerra Israel/Palestina. Este planteo, de manera bastante psicológico-progresista, pone a los musulmanes a la altura de un niño que hace un berrinche porque tiene un sentimiento encontrado. Nuevamente los musulmanes están en desigualdad de condiciones, cuando menos psicológicas/emocionales.

Pienso que en Occidente ejercemos la misma violencia sólo que de modo mucho más elaborado (material e idealmente) y asistido por el avance tecnológico. En la era de «nada es personal» de nuestro amado Occidente, no nos ensañamos con un sujeto en particular que simbolice a nuestro «enemigo» (el cual desde luego no lo hemos creado nosotros sino que nos ha buscado sin motivo, qué ironía!). En cambio, nos fundamos en la constitución, en los derechos humanos (de aquellos que pertenecen a nuestro propio lado del mapa), en el derecho al libre comercio o en lo que más nos venga a convenir para lanzar una expedición «neutralizadora» del enemigo. Enemigo que resulta ser una comunidad completa en la que también hay muchísimas personas inocentes, hombres, mujeres, niños y ancianos que no sólo no participan de aquello contra lo que se supone Occidente lucha, sino muchas veces hasta son ellos mismos víctimas de aquellos en nombre de quienes se los asesina.

Quizá sea hora de trabajar la empatía entre todos en pos de crear un mundo concienzudamente más inclusivo y justo, a menos que queramos, claro, sincerarnos y «admitir» que «cada gobierno establece las leyes según lo que le convenga: la democracia leyes democráticas, la tiranía tiránicas, y así sucesivamente. De modo que, cuando las establecen, hacen ver que es justo para los gobernados lo que conviene a ellos, y a quien transgrede esa norma lo castigan como violador de las leyes e injusto.(…) en todas las ciudades es de igual modo justo: lo que conviene al gobierno establecido. Él tiene el poder, de donde se sigue, para quien reflexiona correctamente, que en todas partes es justo lo mismo, a saber, lo que conviene al más fuerte» (Trasímaco en La República – Libro 1 – 339a) -.

Quizás sea hora de depositar un voto de confianza y encontrar el modo para que los musulmanes y demás comunidades diplomáticamente segregadas hasta ahora, puedan participar en igualdad de condiciones de la vida política mundial. De lo contrario seguiremos llorando víctimas que no son responsables de las injusticias que se les adjudican. De lo contrario, la espiral asciende en venganza tras venganza, llegando a desquitarse con quienes no hacen más que divulgar lo que ven con una brutal y políticamente incorrecta sinceridad, la cual no es delito pero sí provocadora. Si no nos horrorizamos por las injusticias y las barbaridades de manera consecuente, seguiremos llorando por delitos de lesa humanidad, por injusticias que giran al-rededor del mundo hasta un día caer sobre nuestras cabezas.

Desde luego, no pienso que se trate de tolerar crímenes por el contexto que los «explica». En cambio, debemos tener cuidado con no estigmatizar a comunidades completas  por el accionar de unos pocos. ¿O acaso decimos que los habitantes de países occidentales sumamente belicistas, sean ellos mismos necesariamente devotos de la guerra? Debemos procurar no caer en un curioso fenómeno que es el hecho de que a pesar de diversificar cada vez más nuestra cultura (occidental sobre todo) sigue presente la patológica necesidad de identificar a las personas con algún color, palabra, símbolo o arquetipo. Y esa costumbre termina implicando que las personas de ciertas sociedades deban esforzarse en demostrar su inocencia porque a priori y a fortiori ya son «culpables».

Carolina M.